Walter Benjamin, turista y viajero
Bruno Ferrer
Kalpana Nro. 18 (Edición especial). julio - 2020 (pp.86- 103)
ISSN:1390-5775 ISSN-e:2661-6696
mencionado en una versión en lengua inglesa posterior (Baedeker 1913, p. 272), que añade
otros textos más recientes, también en lengua inglesa, además del pintoresco y en francés Les
iles oubliées, de Vouiller (1893). En todo caso, tanto los biógrafos del pensador alemán, como
el trabajo más concienzudo de Vicente Valero expresan que Benjamin no sabía a qué atenerse,
que desconocía qué iba a hallar en la isla, de la misma manera como otros visitantes extranjeros
de aquel tiempo. Era entonces claramente un destino “exótico” y sorprendente, como se
desprende además de su correspondencia de esa época. La falta de expectativas claras, cuando
la previsión -como la decepción- son parte de la lógica del turista, y del modelo de negocio (De
Viry 2010, pp. 27-34), sugiere que, si en Italia pareciera que a veces se contó entre los turistas,
en Ibiza la situación era diferente.
Barcos mercantes, lentitud, narración
Si en Italia Benjamin utilizó una red importante y desarrollada de transporte colectivo de
pasajeros (trenes, vapores, autobuses, tranvías), no solo junto a sus compañeros de viaje sino
acompañado de otros turistas de varios países, su viaje entre Alemania e Ibiza lo llevó a cabo
por mar con escala en Barcelona, y en un barco mercante. Si hemos de creer lo que sugieren
sus relatos y anotaciones personales, eso parece haberle permitido entrar en contacto, incluso
establecer cierta amistad con algunos tripulantes del barco, de nombre Catania, con el que había
navegado previamente en un viaje que lo llevó, también desde Hamburgo, a Andalucía en 1925
(Passagierliste 1925; Brodersen 1996, pp. 158, 194-195; Eiland-Jennings 2014, 240-242, 369-
3
70). Con la gente abordo interactuó hasta aburrirse y perder el tiempo junto a ellos, con un
resultado evidente y positivo: la aparición del casi desaparecido contador de historias. En
efecto, la velocidad y la experiencia del viaje tuvieron que ser por tanto muy diferentes a las de
su juvenil visita italiana. Además, el viaje ibicenco sería “épico”, al proveerle material para su
recolección de historias: “(…) esta vez quería fijar toda mi intención en lo épico, reunir todos
los hechos, todas las historias que pudiese encontrar, y consiguientemente probar cómo
transcurre un viaje limpio de toda vaga impresión (Benjamin 1996, p. 180).
Por supuesto, la llegada a Ibiza, en concreto a la capital homónima, la realizó Benjamin en un
barco de pasajeros, en el transporte regular que unía periódicamente Barcelona y la capital de
la isla. En concreto, el viajero menciona -y halaga- el Ciudad de Valencia, cuyo trayecto y
horario es, por supuesto, previsible (Benjamin 1996, p. 180), además de mencionado en las
guías de viaje. Ya en la isla, los baños de mar, la lectura bajo los árboles y el arduo trabajo de
escritura no eran lo único que ocupaba al pensador. Además de las conversaciones o las visitas
a los escasos bares y cafeterías del lugar, son muy importantes los ratos de “perder el tiempo”
con paseos en barca, caminatas, a veces prolongadas y nocturnas, a menudo en compañía de
otros forasteros o de la amada. En suma, no hay demasiado rastro de la sensación de llegar
siempre tarde, de los horarios previsibles y de las prisas para no perder el medio de transporte:
una temporalidad muy diferente de la que trascienden sus notas de su viaje italiano. No en vano
se trataba de escuchar y experimentar historias, de poder recopilar narraciones y anécdotas de
otros, como ya empezó a hacer durante el viaje en barco que lo transportó desde Alemania a
Barcelona (y en su viaje anterior, en 1925, Eiland-Jennings 2014, pp. 240-241), cuando en los
96