Turismo político: una práctica renovada
Diana Flores, Marcelino Castillo y Elva Vargas
RICIT no. 15. (2021) (pp. 82-100)
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de turismo que se les ha denominado con el turismo de colores (rojo, negro, amarillo,
naranja), turismo revolucionario o zapaturismo, dando lugar a un llamado turismo político
comercializado, de snob, de morbo o de voyeurismo (BBC News Mundo, 2012; EFE, 2019).
Incluso, hay una conceptualización que muestra el término turismo político y que, explicado
por Aramberri (2011) y XEU (2018), lo conciben como el referido al turismo de la
burocracia, el cual es catalogado como aquella práctica que realizan los políticos en sus giras
públicas dentro y fuera de sus países que, a la vez que atienden asuntos oficiales, visitan sitios
de interés turístico y efectúan gastos por concepto de servicios en el ramo, con cargo al erario.
Sin embargo, estas definiciones o tipologías no dan cuentan precisa, con base en un sustento
teórico-empírico sólido, a un fundamento apropiado a esta concepción; por lo tanto, se
identifica un vacío de conocimiento en el campo del turismo y la política, al momento de
teorizar al turista político.
De acuerdo con la revisión de literatura, existen dos vertientes de este movimiento turístico:
por un lado, está el llamado turismo de experiencias revolucionarias (Clausen, 2012; Spencer,
2016), el cual establece que se realiza por personas que buscan vivir experiencias distintas a
las de la cotidianidad y generar sentimiento de pertenencia del lugar que visita (Clausen,
2012) y, por otro lado, está turismo politizado, el turismo zapatista o zapaturismo, para el
caso de México (Klein, 2007; Coronado, 2008; Berg, 2008; Babb, 2010). Este movimiento
social se ha convertido en una invitación a actuar como activistas y humanitarios, así también
como “turistas no convencionales” dentro de comunidades indígenas (Berg, 2008).
El turista político se caracteriza por estar relacionado con habitantes del sitio que visita y, en
la mayoría de las ocasiones, es hospedado en las casas de los mismos pobladores, de ese
modo no suelen hacer uso del servicio de hospedaje convencional y sí de alimentos y bebidas
típicas del lugar. Es un tipo de turista solidario y activista, no convencional, no tradicional.
El principal antecedente de esta práctica creciente, se tiene en destinos post-conflicto, donde
algún hecho histórico de guerra, lucha y control de territorios, cultivos ilícitos, tráfico de
drogas y autoritarismos ha fomentado el desplazamiento de “visitantes” y “turistas” que
registran, estudian y observan la aparición de nuevos destinos turísticos (Vega, 2017), donde
los conflictos han hecho brotar una conciencia liberadora de los territorios, de las
comunidades y sus políticas, a fin de autogobernarse y autoorganizarse. Tal es el caso de
destinos como Myanmar y Cuba, en Londonderry en Irlanda, o en los estados mexicanos de
Oaxaca y Chiapas. En este último lugar, Coronado (2008) explica cómo a partir de un nuevo
tipo de visitante -denominado “turista politizado”-, este es atraído por el movimiento
indígena y su relevancia como movimiento social global, asumiendo una posición política
favorable al movimiento, creando demandas que impactan sobre las redes organizacionales
interétnicas y el valor social de la actividad turística.